Lo bueno de vivir en un piso alto es que puedo ver el cielo
sin que los edificios y los cables me lo tapen, lo cual (recién ahora me doy
cuenta) es absurdamente paradójico.
Lo malo es que el ruido de la ciudad se condensa, se
masifica, se vuelve una especie de ola insoportable de viento motorizado que no
me deja dormir. Acá arriba el silencio no existe, al ruido solo se lo puede
callar con más ruido.
La vista es una de las mejores virtudes: las siluetas, las
ventanas, el contorno de la ciudad que mi cámara prosaica parece no querer
captar. Una vez subí al piso 25 y cuando llegó la hora no me quería bajar. El
río relegado, la tierra de en frente, el barrio de Once. Después de eso (cuando
finalmente me bajé) las cosas en el séptimo se pusieron bastante incoloras.
La ciudad es el reflejo fiel de la gente. Construida sin
ningún criterio, multiforme, infinita, limitada. No tiene una explicación. Veo
a la gente yendo de acá para allá y pienso: ¿a dónde van? Cuando llegan se
vuelven a ir. Parece que todo el tiempo estamos en busca de algo.El gran
problema es que no tenemos ni la más mínima idea de qué es lo que buscamos. No
logramos nunca saber dónde está y esperamos impacientes a que nos encuentre. La
ciudad se eleva y se construye porque quiere que la vean, es como si gritara:
¡acá! ¡Estoy acá!
C
-La vida la vamos haciendo sin tener la más mínima idea de cómo queremos que nos quede.-
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